De paseo con las cabras

Ciudad de Guatemala. Febrero 2015 – Martes. 7.00 am. Adolfo Sosa me ha dicho que nos podemos encontrar en media hora en el Mercado Colón de la zona 1, frente a un establecimiento de pollo frito.

La mañana se ha vestido de una tenue neblina, más propia de zonas de montaña que de la capital. El sol quiere atravesar con fuerza este manto de nubes bajas, pero el día tiene aún que crecer y el algodón elevar su vuelo. Sin embargo, la lucha entre ambas queda bien en el ambiente, a las calles grises y densas del Centro les favorece ese color sepia resultante. La actividad «informal» hace horas que ha comenzado, pero los locales y puestos del mercado aún se están instalando. El color verde indica que el mercado es municipal. Es la bandera de la mano omnipresente y publicitaria de la gestión de Alvaro Arzú, alcalde de Ciudad de Guatemala desde 2004 y presidente del país de 1996 a 2000.

Cerca de las 8.00 am, Sosa aparece. El vendedor de periódicos de la esquina entre 13ª avenida y 7ª calle, medio ocupado leyendo Nuestro Diario, me avisa. “Por ahí viene”. Le preceden ocho cabras y camina a un paso acelerado. Ellas marcan el ritmo. Sosa marcó la ruta, hace un año. Valoró que no hubiera mucho tráfico y que salieran a su paso potenciales clientes. Parece que acertó.

Los clientes le calculan, le esperan y, en algunas ocasiones, le piden que les toque el timbre de casa. Al día Sosa vende unos 25 vasos. Hasta que no las deja secas no se las lleva a casa, en la zona 5, donde su familia tiene otras 17 cabras, que salen con otros familiares por otros barrios y zonas de la ciudad.

La gente lo agradece. Sí. De no ser por Sosa y sus cabras, no tomarían leche. Y lo que es más, sonreirían menos. La verdad, no sabría decir qué es más importante. Pienso que si la ciudad te ha jodido mucho el día, la sonrisa gana. Pero si te ha jodido tanto que ni para comer te ha llegado, entonces el vaso de leche vence. Hoy, el punto fue para la sonrisa.

Las cabras, delgadas, acaban siendo parte del mobiliario desvencijado de la ciudad, con vida, aunque guiada y anárquica, pero con vida, como muchos de sus ciudadanos. El letargo de sobrevivir en la ciudad puede explotar en segundos hacia una anarquía de irracionalidad punzante: asaltos, disparos, linchamientos, atropellos, huidas, violaciones.

El zumbido del látigo no afecta a las cabras, saben que no va con ellas, por muy cerca que les caiga. Esa actitud me es familiar. Nada pasa hasta que todo ocurre, a mí, a ti, al vecino o a quien amas, y ahí es cuando sangramos el dolor. “Es para anunciar a los vecinos que estamos aquí”, aclara Sosa.

A Lola parece no importarle. Lola es la cabra más pequeña, tiene un año, es blanca, siempre va la última y nunca la dejan salir sin su bozal. Me gusta Lola. Ella se resiste. “Es huevoncita pero muy  traviesa y todo lo come”, dice Sosa. Pienso que no hay mucho que pueda comer, pero veo a las otras cabras y todas están ejercitando su mandíbula.“Comen cáscaras de banano, galletas“, puntualiza Sosa cuando le pregunto si comen basura.

Sosa -de 22 años, moreno, con gafas, bien vestido- quiere a sus cabras. Y sus cabras, cada una a su manera, también le quieren. Con su morral de lana y látigo en mano, Sosa camina como si fuera el chico más feliz del planeta. “Si me dan a elegir, me quedo con este trabajo. Aquí yo soy el patrón”, afirma convencido. Con su tercero básico, Sosa ha sido panadero, empleado de la construcción, cocinero. Ahora su turno laboral va desde las 6.30 am hasta las 9.30-10.00 am, y por la tarde, de 3.00 pm a 6.00 pm, que es cuando las saca a comer en la zona 5.

La ruta de venta comienza en la 7ª calle y 12ª avenida de la zona 1. Hoy se quedaron sin nada a la altura del Parque de Jocotenango, en la zona 2, en poco más de una hora. Sosa hace pequeñas paradas, bien estratégicas y efectivas: frente a la Unidad Nacional de Atención al Enfermo Renal Crónico (UNAERC), ubicada en la 9ª avenida 3-40; de ahí espera frente a la puerta de la Cruz Roja Guatemalteca, sobre la 3 calle; después el rebaño sube hasta la 6ª avd. A, de donde puede ver el Laboratorio de la Facultad de Farmacia y Ciencias Químicas de la Universidad San Carlos, fácilmente reconocible por la larga cola que envuelve al edificio, y de ahí cruza la carretera para esperar en el Parque San Sebastián a los pasajeros y las pasajeras del Transmetro, el transporte estrella de la municipalidad, verde, cómo no.

La salud parece ser el motor que motiva el consumo de la leche de cabra. A nadie parece preocuparle que no esté pasteurizada. El perfil de la clientela de Sosa tiene una media de 55 años, salario mínimo, actividad “informal” -¿cómo puede ser informal ganarse el jornal dignamente?. Predomina la clientela fija, pero hay un alto porcentaje de personas que improvisa su decisión si encuentran cinco quetzales en sus bolsillos.

Soltero Díaz (69) lleva tres años tomando leche de cabra. “Es la mejor vitamina”, asegura.

Felisa Aguilar decide hacer de nuevo el esfuerzo para comprar un vaso a su hijo, Lodwin Alberto Lucero Aguilar (16). “Lleva siete años malito”, me cuenta su madre, y pienso que desde que se enfermó no ha crecido. Lucero, en silla de ruedas, está a la espera de un riñón, y lleva dos meses  en el Hospital San Juan, fuera de su casa, en Los Amates (Jalapa).

Para Virgilio González (68), nada como la leche de cabra para bajar el azúcar. “Es que soy diabético”, revela, como muchos de los  y las clientes de Sosa.

Sandra de Torres (69) recuerda haber visto siempre a las cabras por el asfalto. “Hacía tiempo que quería tomar leche de cabra, hasta hace 20 días, que las vi, y ahora sé que las encuentro en el Parque San Sebastián sobre esta hora (sobre las 8.30 -9.00 am)”, se alegra. “Yo la tomo por la artritis”, confiesa.

José Luis Ruiz (54), está de visita en Guatemala, por cuarta vez. Mexicano de nacimiento, lleva 25 años en Estados Unidos. Su mujer, guatemalteca, de San Miguel Chicaj (Baja Verapaz), viene a ver a su familia, y él la acompaña, con sus dos hijas, “que hablan inglés”, me cuenta orgulloso. “Siempre me sorprende ver a las cabras”, reconoce.

Barbar Yanin, Vivian Paz y Verónica Castro, en sus 20, son profesoras, en el Colegio Bilingüe La Puerta. Ellas son primerizas en esto de tomar leche de cabra. Comparten un vaso para las tres. Dicen que van a repetir.

Llega mi turno. Mi primera vez. Llevo cuatro años en la capital y nunca me atrajo tomar, así en caliente, leche de cabra. Pero ahora es diferente. Siento que conozco a las cabras y eso me da confianza. Espumosa, caliente, suave. Me gusta.

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6 respuestas a De paseo con las cabras

  1. Luis Soto dijo:

    Que genial trabajo, gracias por llevarnos a dar un paseo.

  2. Carlos Marroquin dijo:

    Me encanto.

  3. Marcela dijo:

    Que lindo Olga ;0) Hasta sentí el sabor dulce de la leche…me llevaste tiempo atrás.

    Abrazos,

  4. Mario Morales dijo:

    Muy lindo Olga 🙂 , las cabras me daban miedo de pequeño y me obligaban a tomar su leche 😀

  5. Leticia Soto dijo:

    Lindo reportaje te cuento que cuando era muy pequeña mi mama nos compraba leche de cabra y tomábamos mis hermanos y yo pero eso fue hace mucho tiempo y no recuerdo el sabor que tiene la leche de cabra pero es indo verlas pasar. Felicitaciones y adelante.

  6. ana dijo:

    ole olguita!!me encanta!como dice Luis gracias por el paseo por el parque san sebastian! 🙂

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